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lunes, 18 de noviembre de 2013

Tallarines chinos fríos

Ahí está;
tirada en el sofá con un pijama de cuadros azules, totalmente despeinada y con el rimel corrido.
Llega la hora de cenar y él pide comida china, como es de costumbre los domingos, pero ella no tiene ni apetito ni ganas de cenar con él.
Finalmente, le dan las onceymedia de la noche y piensa que es mejor comer algo antes de despertarse en mitad de la noche como una zombi hambrienta. Así que por primera vez en toda la tardenoche repta hasta la cocina y abre el frigorífico.

Un par de tónicas,
limón,
cervezas,
leche
y las sobras del chino.
E s t u p e n d o.

Deja caer su cuerpo sobre el taburete de la cocina. No coge ni agua, ni pan, ni servilleta. Sólo tiene delante un plato de tallarines fritos 3 delicias fríos y un tenedor.
Proyecta una mirada
-así como de muñeca de porcelana-así como perdida-así como ausente-
a través de la ventana de la cocina y se topa con el patio de vecinos. Es un patio pequeño, irregular, de paredes blancas y con un terrible overbooking de ventanas.

V i e j o s.
Sólo hay viejos.
Viejo viendo la tele, bragas de viejas, cortinas de viejos, vieja fregando, periquitos de viejos, articulaciones de viejos, manías de vieja, miradas de viejos, chismes de viejas, y un rosario viejo.
Todo está impregnado por un olor a viejo -así como intenso-así como tierno-así como usado-

Ahí está de nuevo;
triste, sola, agotada, y derrotada por la vida. Esperando la muerte al son de sus vecinos.
Pincha el tenedor en los tallarines chinos fríos 3 delicias y lo enrolla. Engulle un buen bocado. Los tallarines le cuelgan suciamente de la boca y los absorbe lentamente mientras solloza.

Y las lágrimas
una a una
recorren
sus carrillos,
y sus labios 
y sus tallarines,
hasta formar en el fondo del (plato un) mar
de lágrimas s a b o r 3 d e l i c i a s.

jueves, 31 de octubre de 2013

En relación a la noche de ánimas

Parece claro;
todos lo aprendimos como el padrenuestro en la escuela, los seres vivos nacemos, crecemos, nos reproducimos (unos más y otros menos) y... sí señores, la vida es así, la vida es como cuando una madre te dice con el dedo índice bien tieso: " esto lo haces porque lo digo yo"... morimos. Nos guste o no.
Así pues,
una flor muere, Manolo Escobar muere, y una célula también hace lo propio.
Pero ya se sabe,
las desgracias nunca vienen solas... no sólo los seres vivos, los objetos ¡también mueren!: un ordenador muere (eligiendo siempre el peor momento de todos los momentos que podía elegir), una película muere y hasta la Coca Cola que ya debe tener alrededor de 126 años, tristemente para todos esos adictos a la pócima revitalizante, algún día, morirá.
Es más;
yo me he visto morir una infinidad de veces de hambre, de sueño, de risa, de ganas, de amor... ¡Hasta a determinados quehaceres cotidianos le llaman "petite mort"! Pero gracias a Dios y a la madre ciencia, todo queda en un susto.
Está bien,
parece que la vida de todo ser animado/inanimado, moviente/semoviente, planta/animal/cosa o bacteria, termina.

No os empeñeis en inmortalizar a vuestros familiares y perros más queridos en fotografías, algún día desaparecerán, las fotos y ellos.

Pero...
¿Qué sucede con los sueños?
¿Y con las ilusiones?
¿Y con la esperanza? ¡Sí! Eso es lo último que se pierde ¿No?

Quizá deberíamos nacer ideas platónicas, eternas e indestructibles, en vez de cadáveres encarcelados en fotografías.

¡¿Tú cuál te pides?!

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(Tu recuerdo,
él tampoco muere)


Sostiene.

lunes, 21 de octubre de 2013

Disculpe mademoiselle

Deambulaba sorteando los charcos,
encogida,
abrigada,
con su boina ladeada.
Caminaba cansada, sin saber qué hacer
qué buscar,
sin saber si parar. Y paró,
a entrar en calor,
a esperar,
a ver la vida pasar
a través del cristal de aquél café
de luz tenue
de butacas de tela destelada
y mesas de madera oxidada.

Tomó-té de frutos del bosque, estrujó el perímetro de la taza hasta quemarse y cubrió su cara con un periódico manchado de manteca de croissant y vino tinto, sin mayor intención que fingir durante un rato ser una poetisa inglesa de voz sensual, culta, remilgada y con un embriagador olor corporal. Sólo el rabito de su boina roja sobresalía como una flor entre las letras.

De pronto, una voz se sentó frente a su biombo de papel y susurrando una manada de mariposas naranjas le dijo: -Disculpe mademoiselle, sabe usted leer al revés?


Sostiene.

martes, 15 de octubre de 2013

el mejor espresso de la ciudad

Aquella mañana casi recién amanecida, pedaleaba en su bicicleta buscando los gélidos rayos del sol de marzo. Le sentó bien hacer algo de ejercicio, el sudor le alivió la resaca obtenida tras sus esfuerzos por abortar la misión. Se dirigía a su nueva casa de tercera o...cuarta mano. Se mudaba en un mes y trataba de organizar aquél piso en el centro de la ciudad que hacía las veces de trastero familiar. Subió las escaleras de aquél inmueble de los 60' sin ascensor, entró en la casa, vislumbró las puertas blancas del armario del fondo del pasillo, y temerosa, subió las persianas.

Caminó directa hacia el armario, posó sus manos en los tiradores, respiró profundamente y lo abrió con ímpetu, como si de una danza oriental se tratara. Ahí estaba, delante de sus ojos, no había nada más dentro de aquél enorme armario, sólo su peor enemigo momificado por las telarañas al que venía esquivando desde hacía ya tres años.

Era una caja de cartón grande, pero no muy pesada, y muy bien sellada.

Era una caja de cartón repleta de historias de película, de pasión, de noches sin parar de bailar y de exquisitas cenas a la luz de sus ojos.

Era una caja de cartón llena de amores imposibles, de muchas lágrimas, de sueños rotos, de despedidas.

Era una caja de cartón que guardaba un edredón, una máscara veneciana y una cafetera individual que preparaba el mejor espresso de la ciudad.

La cogió y la puso en el suelo. A continuación, agarró un cuchillo de carnicero, se puso un traje ignífugo, un chaleco antibalas y su armadura favorita, la de los duelos especiales, y la abrió.
Se sentó en el suelo del pasillo en una postura un tanto infantil y se dispuso a sacar cada uno de los objetos. Los agarraba por una esquinita con cierta desconfianza, como si fueran cangrejos muertos. Los examinó todos de arriba a abajo.
Lo esparció todo por el suelo, casi no tenía espacio para levantarse. Se preparó un café en aquella diminuta cafetera italiana. Un café solo, de apenas un sorbo y muy, muy cargado, como bien le había enseñado. Desprendía un aroma increíble por toda la casa. Volvió taza en mano y con la orden de Su Señoría al levantamiento del cadáver y se topó con el edredón, y se lo llevó a la nariz. Y ahí, delante de todos aquellos recuerdos tirados por el suelo, se quedó el tiempo que se necesita para tomar tan escaso café y fumar un cigarrillo. Terminó y metió todas las cosas bien ordenaditas en la misma caja de cartón.

Bajó las persianas, salió de la casa, bajó las escaleras de aquél inmueble de los 60' sin ascensor con cuidado de que no se le cayera la caja, salió del portal y la chica, muy agusto, la tiró a la basura.


Sostiene.

miércoles, 9 de octubre de 2013