Parece claro;
todos lo aprendimos como el padrenuestro en la escuela, los seres vivos nacemos, crecemos, nos reproducimos (unos más y otros menos) y... sí señores, la vida es así, la vida es como cuando una madre te dice con el dedo índice bien tieso: " esto lo haces porque lo digo yo"... morimos. Nos guste o no.
Así pues,
una flor muere, Manolo Escobar muere, y una célula también hace lo propio.
Pero ya se sabe,
las desgracias nunca vienen solas... no sólo los seres vivos, los objetos ¡también mueren!: un ordenador muere (eligiendo siempre el peor momento de todos los momentos que podía elegir), una película muere y hasta la Coca Cola que ya debe tener alrededor de 126 años, tristemente para todos esos adictos a la pócima revitalizante, algún día, morirá.
Es más;
yo me he visto morir una infinidad de veces de hambre, de sueño, de risa, de ganas, de amor... ¡Hasta a determinados quehaceres cotidianos le llaman "petite mort"! Pero gracias a Dios y a la madre ciencia, todo queda en un susto.
Está bien,
parece que la vida de todo ser animado/inanimado, moviente/semoviente, planta/animal/cosa o bacteria, termina.
No os empeñeis en inmortalizar a vuestros familiares y perros más queridos en fotografías, algún día desaparecerán, las fotos y ellos.
Pero...
¿Qué sucede con los sueños?
¿Y con las ilusiones?
¿Y con la esperanza? ¡Sí! Eso es lo último que se pierde ¿No?
Quizá deberíamos nacer ideas platónicas, eternas e indestructibles, en vez de cadáveres encarcelados en fotografías.
¡¿Tú cuál te pides?!
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(Tu recuerdo,
él tampoco muere)
Sostiene.
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