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martes, 15 de octubre de 2013

el mejor espresso de la ciudad

Aquella mañana casi recién amanecida, pedaleaba en su bicicleta buscando los gélidos rayos del sol de marzo. Le sentó bien hacer algo de ejercicio, el sudor le alivió la resaca obtenida tras sus esfuerzos por abortar la misión. Se dirigía a su nueva casa de tercera o...cuarta mano. Se mudaba en un mes y trataba de organizar aquél piso en el centro de la ciudad que hacía las veces de trastero familiar. Subió las escaleras de aquél inmueble de los 60' sin ascensor, entró en la casa, vislumbró las puertas blancas del armario del fondo del pasillo, y temerosa, subió las persianas.

Caminó directa hacia el armario, posó sus manos en los tiradores, respiró profundamente y lo abrió con ímpetu, como si de una danza oriental se tratara. Ahí estaba, delante de sus ojos, no había nada más dentro de aquél enorme armario, sólo su peor enemigo momificado por las telarañas al que venía esquivando desde hacía ya tres años.

Era una caja de cartón grande, pero no muy pesada, y muy bien sellada.

Era una caja de cartón repleta de historias de película, de pasión, de noches sin parar de bailar y de exquisitas cenas a la luz de sus ojos.

Era una caja de cartón llena de amores imposibles, de muchas lágrimas, de sueños rotos, de despedidas.

Era una caja de cartón que guardaba un edredón, una máscara veneciana y una cafetera individual que preparaba el mejor espresso de la ciudad.

La cogió y la puso en el suelo. A continuación, agarró un cuchillo de carnicero, se puso un traje ignífugo, un chaleco antibalas y su armadura favorita, la de los duelos especiales, y la abrió.
Se sentó en el suelo del pasillo en una postura un tanto infantil y se dispuso a sacar cada uno de los objetos. Los agarraba por una esquinita con cierta desconfianza, como si fueran cangrejos muertos. Los examinó todos de arriba a abajo.
Lo esparció todo por el suelo, casi no tenía espacio para levantarse. Se preparó un café en aquella diminuta cafetera italiana. Un café solo, de apenas un sorbo y muy, muy cargado, como bien le había enseñado. Desprendía un aroma increíble por toda la casa. Volvió taza en mano y con la orden de Su Señoría al levantamiento del cadáver y se topó con el edredón, y se lo llevó a la nariz. Y ahí, delante de todos aquellos recuerdos tirados por el suelo, se quedó el tiempo que se necesita para tomar tan escaso café y fumar un cigarrillo. Terminó y metió todas las cosas bien ordenaditas en la misma caja de cartón.

Bajó las persianas, salió de la casa, bajó las escaleras de aquél inmueble de los 60' sin ascensor con cuidado de que no se le cayera la caja, salió del portal y la chica, muy agusto, la tiró a la basura.


Sostiene.

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